Mes: junio 2014

República

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El Rey abdica y las calles casi se llenan pidiendo un referéndum entre monarquía y república. De paso, se pide a gritos la III República. Yo también lo pido. Sé que ni caso. Insisto y pido más, aunque solo sea por molestar, y recuerdo que nadie se acuerda de aquella olvidada I República Española, la semilla del ideal republicano en España, pienso yo con las dudas que me asaltan siempre que me da por pensar algo, que no es muy frecuente.

Y puestos a pensar, pienso que, cuando se habla de República en España, se habla de algo más que de una forma de Estado, se habla de una idea, mejor dicho, de un ideal que contiene palabras y conceptos como libertad, igualdad, cultura, dignidad, fraternidad, solidaridad, felicidad, justicia, bondad, honradez y, sobre todo, regeneración, una profunda regeneración moral en todos los ámbitos, esa eterna cuenta pendiente que tiene nuestra país.

Todas estas ideas estaban contenidas en la I República Española, que duró del 11 de febrero de 1873 al 29 de diciembre de 1874. Por en medio, se llegó a proclamar la República Federal, tal cual, en junio de 1873. Como es sabido, el general Pavía liquidó la experiencia mediante un golpe de estado. No era el primero y tampoco sería el último. Los breves periodos democráticos en España siempre han desembocado en Pavías, Primos de Rivera y Francos Bahamondes por un lado o Cánovas y Sagastas por la parte más blanda, la versión decimonónica esto último, y salvando las distancias, que son muchas, de la alternancia PP-PSOE de ahora mismo, dos partidos que no son iguales, se diga lo que se diga, pero que sí tienen intereses similares, en peligro después de las elecciones del pasado 25 de mayo.

Volviendo a la República, me gusta recordar a aquellos fugaces presidentes de la no menos fugaz I República Española. El primero fue Estanislao Figueras, que propuso el cese del servicio militar obligatorio, nada más y nada menos, aunque la iniciativa duró poco. De Figueras, me gusta mucho una frase para mí inmortal que pronunció en catalán en el transcurso de un consejo de ministros: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”. Dicho lo cual, y muy poco después, dimitió y salió por piernas del país “hasta los cojones de todos nosotros”.

Le sucedió Francisco Pi y Margall, el padre del republicanismo federal español, una teoría que, hay que reconocerlo, requirió en su tiempo de grandes dosis de audacia e imaginación políticas. Pi y Margall puso en marcha un proyecto de Constitución Federal y tuvo que hacer frente a las diversas rebeliones cantonales que, junto a la eterna guerra carlista, desangraron la I República.

El siguiente presidente, Nicolás Salmerón, promovió la abolición de la pena de muerte y la independencia del poder judicial frente al político esgrimiendo la divisa de “el imperio de la ley”.  Dimitió, con un par y con una coherencia ejemplar, por negarse a firmar la sentencia de muerte decretada para ocho soldados que se habían pasado al bando carlista. He aquí a un gobernante que no hace lo que no quiere hacer y no señalo a nadie con barba que saliva mucho y que no ejerce de registrador de la propiedad desde ni se sabe.

El último presidente de la I República fue el conservador, aunque demócrata radical y honrado hasta decir basta, Emilio Castelar. Casi consigue la abolición de la esclavitud, que desapareció en Puerto Rico pero no en Cuba a causa de la guerra independentista que ya se libraba en la isla. Castelar se equivocó mucho, pero lo hizo con honestidad y limpieza.

Al final, la I República, como pasó también con la II República, cayó víctima de sus enemigos externos y también del fuego amigo surgido de sus propias filas. Como en 1936, la todopoderosa carcundia por un lado, sobre todo eso, con su habitual revuelo de sables y sotanas, pero también la intransigencia y la ceguera políticas por el otro, que de eso hubo mucho, liquidaron una experiencia democrática muy breve, sí, pero con un profundo impulso ético que ha sido y es el motor del ideal republicano en España. Azaña con su perplejidad a cuestas, Largo Caballero y su radicalismo intransigente a juicio de muchos, el moderado Prieto, el lúcido Negrín, la apasionada Pasionaria y hasta la libertaria Federica Montseny son herederos de aquellos fugaces presidentes de la I República que fracasaron con todos los honores y cuya honestidad, bonhomía, sentido cívico, amor a la libertad, coherencia y voluntad de regeneración integral de un país que querían civilizado, digno, justo, solidario y libre han llegado hasta hoy haciendo de la idea republicana algo más que la aspiración a una forma de estado diferente y de la bandera tricolor algo más que un trapo policromo. Creo que es de justicia reconocerlo.

Y ahora reverdece esa esperanza republicana que comparto, pero, ay, siempre hay una parte de mí que tiene ganas de gritar: “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”. De hecho, lo grito a menudo. Por molestar, más que nada.