DEPRE

Nada de paños calientes: las últimas elecciones, las municipales y autonómicas de mayo del 23, han sido para mí una hostia con la mano abierta y una patada en los huevos, todo a la vez y sin anestesia. Poco alivio tengo ahora con la oleada de caspa, de odio y de mierda que se nos ha venido encima.

Y así ando estos días, no diré que con una depresión encima, que sería mucho decir, pero sí con una depre, que es como una depresión marca blanca y rebajada de grados. Triste y melancólico, deambulo por mi adolescencia y primera juventud, cuando estaba lleno de hormonas y esperanzas desatadas en medio de la grisalla ladrona y asesina del franquismo. Se fue Franco y llega Donald Trump, más alto que aquel dictadorzuelo, pelirrojo tal vez de bote y con la misma voz de pito que el generalito ciclán que ojalá se esté pudriendo en cualquier infierno rodeado de rojos, masones, ateos y gentes de vivir alegre, todo para que sufra más. Se fue mi juventud y ya llega la vejez sin hormonas, sin esperanzas, sin futuro, con la única perspectiva de toneladas de caspa liberticida cubriendo las verdes avenidas y los secarrales en los que pronto convertirán Doñana.

¿Resistencia? Ya no estoy para ser viejo resistente y no me llegar para ser un viejo verde. No sigo con lo de viejo depre por eso de los ripios asonantes que se me amontonan. Para lo que sí me quedan fuerzas es para cagarme en los patriotas de hojalata y banderita en la muñeca; en los hipócratas ensotanados y meapilas varios y varias y muchos y muchas que, a martillazos y autos de fe (todo se andará, se está andando) quieren meter a su dios en mi alma y sus manos en mi bolsa, más bien vacía, ya te lo digo; en las hienas que se alimentan de todo tipo de carroña financiera, sean mascarillas con sobreprecio, comisiones con sobrepeso o pantanos vaciados para subir precios; en los matones fascistas que apalean a rojos y maricas y negros de mierda y moros de mierda y panchitos de mierda a la par que expulsan de sus casas a gente tan humilde que ni casa tiene; en los buitres sin fondo que acaparan edificios y hasta ciudades en sus nidos de avaricia y de mierda; en los y las periodistas que han convertido lo que fue un oficio más o menos digno en un gigantesco estercolero; en los políticos (y políticas) que no solo son mala gente, sino que hacen gala de su maldad como los pavos reales de su cola confiando, tal vez, en mayores recompensas por parte de sus amos (y de sus amas); en toda la mala gente que camina apestando la tierra.

Es verdad, estoy depre, pero todavía tengo fuerzas para cagarme en tó lo que se menea.

SyR.

Manosarriba

Aunque sucedió el pasado mes de junio, no se me quita de la testa la imagen de más de novecientos turistas con las manos en alto en la catedral de Nôtre Dame de París. Al grito de «esto es por Siria», un hombre había atacado a martillazos a un poli que vigilaba la catedral. Fue liquidado a tiros por la policía. Para prevenir más martillazos, supongo, los casi mil turistas que visitaban Nôtre Dame, quién sabe si con la esperanza de atisbar la figura deforme de Quasimodo entre los arcos ojivales, fueron obligados a permanecer manos arriba no sé cuánto tiempo, que el tiempo es lo que menos importa.

Y así estuvieron los turistas y así estamos todos (y todas) en todas partes, manos arriba, quietecitos (y quietecitas), que hay mucho terrorista suelto que pega martillazos por Siria, atropella multitudes por Alá, ametralla en nombre de la moral y/o rompe cabezas porque Dios se lo ha pedido al oído y/o porque la patria lo demanda. Eso es lo que nos cuentan antes de ponernos manos arriba cara a la pared, no sea que veamos lo que no debemos y miremos hacia donde no podemos. Poco importa que Alá nos caiga muy lejos, el Dios verdadero muy a trasmano, seamos más castos (y castas) que una pared de pladur y la patria no suene a música de pachanga en una verbena llena de trapos de colores. Una vez que consiguen tenernos ¡manosarribacaraalapared!, sumisos (y sumisas), resignados (y resignadas), han culminado sus últimos objetivos: mantenernos quietosparaos (y parás) con la congoja en la garganta y el miedo tan escondido en el culo que ni siquiera nos damos cuenta de que lo llevamos a cuestas como una mochila llena de plomo.

¿Y quiénes nos tienen así? Quién sabe, tal vez banqueros (y banqueras) y tiburones financieros con menos escrúpulos que una rata ciega de coca. Tal vez sean políticos (y políticas) con más vocación para el gansterismo que para el servicio público. Es posible que fanáticos (y fanáticas) creyentes en paraísos llenos de huríes salidas del póster central de Play Boy y/o de ángeles tocadores de arpa entre dulces nubes de algodón. No hay que descartar que sean matones intransigentes y visionarios (y visionarias) rumbo, de naufragio en naufragio, a una Ítaca que nunca existió, culpables al alimón de tenernos bien jodidos (y jodidas) mientras nos preguntamos cuándo se fue a tomar por saco la bicicleta.

A estas alturas, me importa un mierda saberlo, solo quiero bajar las manos y darme la vuelta para ver algo más que la pared contra la que me aplastan la cara.

Claro que, para lo que hay que ver…

JUBILETA

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Cómo pasar de parado a jubilado en un plisplás podría ser el título de algo si supiera desarrollar la cosa, que no sé, pero me ha pasado.

Al principio, uno sigue igual. Se levanta, se ducha, se afeita, desayuna, compra el pan, va y viene a ninguna y de ninguna parte, lee, discute con la parienta, intenta en vano ser cómplice de sus hijos, fantasea, come, bebe, ojea el móvil, junta palabras cuando le da por ahí, se reúne con gente para hacer cómo que intenta cambiar algo o nada o yo qué sé y mira cómo pasan los días hasta que, un día cualquiera, uno pasa de ver pasar los días a despedirse de los días, del niño asustado que nunca ha dejado de ser, del adolescente eterno con una intensa vida sexual interior, de los tribunos con chanclas, de las novias y amantes que, ay, lo mismo se han jubilado también, de las noches fugaces y eternas de cerveza, risas y canutos, de la madre y el padre ya muertos, del sol tibio de invierno, de los amigos que se fueron y de los que se irán, de esos sueños que fueron colillas aplastadas sobre un cenicero sucio, de un mañana laaargo que espera con los brazos abiertos, de los hermanos, primos y primas, tíos y tías que por ahí andan, del recuerdo del primer beso y el primer polvo, del dolor del primer abandono, del daño que hizo y del que hace, de las moscas y de los pájaros, del mar y de los secarrales donde alimentó sus miedos infantiles, del kepchut y del pescado hervido, de los ediles de perfil, del olor a invierno y a leña en la Colonia de Santa Eulalia, de la cursilería que todo lo acecha y conquista, de los Soprano y de Heisenberg, del cigarrillo que Bogart se fuma una y otra vez en blanco y negro, de los libros en los que enterró su cabeza como un avestruz en la tierra, de las pastillas que toma cada día y que no sirven para detener el tiempo, del mismo tiempo que se va y se va y le arrastra.

Y sí, uno descubre que un jubileta es alguien que se está despidiendo, pero me resisto a decir adiós, devoro las horas como si no hubiera mañana, que lo hay, pero menos, y me agarro a esta mierda de vida que tanto me gusta como una garrapata a los pelos de un perro postinero.

Lo que sea antes que encasquetarme una boina y visitar obras.

Toco madera.

Me tomo la tensión.

Que no se me olvide la pastilla.

Hasta luego.

Blaki

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Me enteré hace unos días de que Blaki se había muerto. Blaki se llamaba José Gran, era de la CNT y de Elda, proletario de fábrica y taller, honesto, insobornable, fumador de pipa, luchador incansable y buena persona.

Siempre me llevé bien con Blaki y él nunca dejó de recordarme que fui el primer periodista de Elda que se ocupó de informar sobre la CNT. Todavía le recuerdo en la vieja sede del sindicato, poco más que un cuartucho donde algunos ancianos añoraban los tiempos en los que el sindicato anarquista era uno de los más poderosos de Europa y unos cuantos chavales soñaban con un futuro armónico con bibliotecas en lugar de iglesias y marihuana y sexo a libre disposición. También estaba Renacer, peatón atropellado hace unos años en una autovía, siempre entrando y saliendo de la CNT con su ego a cuestas, pero Renacer es, era, otra historia.

Blaki era tan buen tío, tan entero, tan irreprochablemente auténtico, insobornable (insisto en eso porque es literal y sé lo que digo) y luchador, del tipo de luchador tranquilo sin alardes, que su sola presencia sacaba a la luz las contradicciones y miserias de gente como yo mismo, sin ir más lejos. Pero no era esa su intención. De hecho, estoy seguro de que no se daba cuenta.

Blaki se ha muerto. Tenía 68 años y se ha ido de este mundo si no en loor de multitudes, sí con el cariño y el profundo respeto de mucha gente. Porque Blaki se ha ido después de vivir como creía que se debía vivir, sin renunciar jamás a las ideas de la CNT y de la FAI, donde también estuvo, y con el orgullo, que no voy a ocultar, de haber sido uno de los portadores del féretro de Federica Montseny. «Había que estar en el entierro de la Federica», solía decir.

Me hubiera gustado mucho hablar con Blaki de la nueva política y de los nuevos políticos, aunque él nunca hizo distingos y siempre mostró un desprecio absoluto por la clase política y un respeto personal, ya digo que era muy buena gente, por muchos miembros de esa clase política de la que abominaba en público y en privado sin cortarse un pelo. Me hubiera gustado mucho conocer la opinión de Blaki sobre esos políticos que presumen de pobreza y que gustan presentarse como tribunos de la plebe con chanclas mientras trazan itinerarios para llegar a las más altas cumbres quién sabe si del poder o de la miseria.

No sé qué hubiera comentado Blaki, tal vez que el problema no es presumir de chanclas, sino llevarlas incrustadas en la cabeza.

En fin, Blaki, salud y anarquía sin chanclas en la testa.

 

 

 

Autocompasión

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Dicen quienes saben que la autocompasión es algo tan despreciable como el pescado hervido. No diré yo que tanto, pero casi.

Supongo que autocompasión es esconderse y esconder sentimientos, lágrimas, cabreos, ira justiciera, tristeza, desaliento o escribir unas líneas en un blog clandestino cuando alguien a quien uno quiere le dice a uno quién es así, a lo bruto, sin nata montada ni nada. Entonces uno, a solas pero con deseo de espectadores, padece consigo mismo, se regodea en dolores más o menos imaginarios, se queja de la arbitrariedad del mundo y de la vida, se autoinsulta un poco, lo justo, no hay que pasarse, y hay qué ver cómo me machaca la gente, cómo me aplasta el destino, cómo nadie aprecia mi probidad moral, mi generosidad discreta y sin límites, mi capacidad para amar sin desmayo y sin espera, mi intensa vida interior, incluida mi intensa vida sexual interior, sobre todo mi intensa vida sexual interior, chicas ciegas que ya peináis canas y que peinaréis canas.

Dice el tópico que la verdad duele, pero solo por la mano que la estampa en mi cara. Hay verdades que duelen, pero más por quien las dice que por lo que dicen. Hay verdades destructivas como obuses que desmoronan unas defensas construidas con arena húmeda y estiércol perfumado. Hay verdades que horadan pies no ya de barro, sino de humo, de nada.

También hay verdades que dan gustico y esas cosas, pero no hablo de eso.

Hablo de que, un día, uno descubre que un hijo no quiere parecerse a su padre. Hablo de que, una tarde, uno se da cuenta de que un padre es el contramodelo de su hijo. Hablo de que, una noche, un padre se queda desnudo y sin máscara ante verdades más contundentes que un ladrido del ocho. Dicen que estas cosas son ley de vida, que el hijo debe matar al padre y, si es posible, enterrarlo cabeza abajo en un pozo sin fondo. Será ley de vida, pero jode, joder que si jode. Yo lo sé.

Pero por mucha autocompasión en la que uno se engolfe, que me quiten lo leído, lo comido, lo bebido, lo reído y lo follado.

Que me lo quiten todo, que vaya mierda de pasado se llevan.

Del futuro, ni hablamos.

 

 

Espera

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Están los medios de comunicación que no mean y hasta estreñidos: miles de pasajeros que han contratado los servicios de Vueling están tirados por aeropuertos, helipuertos, cosmopuertos y pistas de aterrizaje varias porque la tal Vueling no puede cumplir por falta de aviones, por falta de azafatos y azafatas y/o por falta de pilotos (y pilotas), que no me aclaro mucho. Reporteros y reporteras, becarios y becarias, freelancers, blogueros y tribuletes digitales invaden terminales y escaleras mecánicas, se despliegan por pistas y cintas de transporte y, claro, no tienen tiempo para ir al lavabo y hacer sus evacuaciones, sean estas menores o mayores, no sea que se les escape un detalle, un avión, una hostia como un pan en un mostrador de reclamaciones, algo.

Vale que, hogaño, las esperas en los aeropuertos y los atascos en las autovías son tan clásicos como lo fue antaño el artículo sobre las castañeras en cuanto asomaba el invierno, pero, esta vez, el escándalo mediático es mayúsculo, todo agitación y opinión y convulsión y acelere y nervios y ministras (del PP) que dicen que incumplir con los ciudadanos no sale gratis a nadie y no se ruborizan ni nada  y siguen el ajetreo y el revuelo, el zarandeo y el temblor (indignado) de unos medios que se regodean (indignados) en las imágenes de viajeros (y viajeras) cabreados (y cabreadas) entre fardos, maletas, bultos y colas, muchas colas de gente esperando. No recuerdo que esperas como esta trajeran tanta cola y tan intensa.

Hay otras colas y otras esperas y no están en otros mundos, hay miles de viajeros tirados en los aeropuertos ibéricos y millones de personas tiradas en el pozo de mierda del paro de larga duración, de un paro interminable que machaca sin misericordia los restos de dignidad que le queda a quien fantasea con salir una mañana de su casa a trabajar y no con una orgía en una piscina de champán o conque le toque la lotería, que no hay dinero para décimos. Andan los medios sacudidos y zarandeados por la tragedia de los pasajeros de Vueling y callan impávidos ante la desgracia de más dos millones de personas que arrastran su paro por Españistán y que esperan y desesperan un currelo, aunque sea de una semana, aunque sea un zurullo de empleo, aunque se pague con euros de madera. Penan los pasajeros de Vueling esperando recuperar las vacaciones perdidas o las visitas familiares frustradas o la fuga que ya es a ninguna parte y arrastran su desesperanza más de dos millones de personas que, a veces, todavía se niegan a admitir que ya no trabajarán nunca, que ni siquiera hay sitio para ellas en el sistema neoesclavista que asoma su patita, que un empleo es una fantasía tan desbocada como una orgía en una piscina de champán o el gordo más gordo de la lotería.

Algunas, algunos, yo mismo, después de años de desempleo y de ducha y afeitados matinales para hacer como que hay que hacer algo cada día, ya no esperamos una mierda, para qué voy a engañarme.

Y todo esto le importa una mierda a los medios, para qué voy a engañarme.

Arrastraré una maleta hasta el aeropuerto más próximo, me mezclaré, parado que no espera, con pasajeros que esperan y me sumergiré en turbulencias mediáticas, declaraciones ministeriales y canutazos televisivos como si esperara un avión que me iba a llevar a ninguna parte, a donde vivo desde hace cinco años, a ese país de nunca jamás trabajarás parado de mierda en el que más de dos millones  de personas desgranamos los días de ocio forzado como habitantes de una cárcel de indignidad y de tedio a la que no acude ni un triste reporterillo de sucesos.

Y la selección nacional de fútbol no tiene seleccionador.

¿Véis cómo así no hay manera?

 

 

 

 

 

 

 

Mierdecilla

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Bruselas concluye que España no adoptó medidas efectivas para atajar el déficit, me duele la espalda de no sé qué, Farage dimite como líder del UKIP tras el Brexit, hace un calor que te cagas y no te meas porque no hay líquidos después de tanto sudor que no lágrimas, puede ser que ganemos en cuatro años o que nos demos una hostia, sospecho que mi tendinitis ataca de nuevo, el PP fuerza la dimisión de su líder en Palma salpicado por un caso de corrupción policial, mi hijo pequeño se está dejando las pestañas estudiando para tener un nota magnífica en la selectividad y una gran prestancia futura en la cola del paro, más de doscientos muertos en el atentado del ISIS en Bagdad, tengo migraña, que los buenos se pidan perdón y se vuelvan a abrazar, casi se me quema el pescado, el paro baja a su menor nivel en siete años, tengo que cambiar de gafas que se ve que ya no veo, dos peregrinas denuncian haber sufrido abusos sexuales durante el camino de Santiago, se me apaga la pantalla del ordenador porque no va el ventilador, el PP dice que no presiona al PSOE y respeta sus plazos pero pide responsabilidad, el gazpacho está bien pero dura poco, los maestros mexicanos se levantan contra Peña Nieto, este calor húmedo no me deja vivir, Bruselas exige a siete clubes españoles devolver 69 millones de ayudas públicas ilegales, voy a proponer a mi hijo mayor que incluya la tos que me está saliendo en sus composiciones musicales, la ministra en funciones Pastor le dice a Vueling que incumplir con los ciudadanos no sale gratis a nadie, no por mucho madrugar salga el sol por Antequera, EE UU desembarca en la tierra del fin del mundo, ¿puede un mierdecilla como yo cambiar un mundo como este?, los españoles se desprenden del Porsche Cayenne por la crisis, ¿puede un mierdecilla como yo bajar barriga y subir músculos?, Frankestein sigue ahí, ¿puede un mierdecilla como yo dejar de ser un mierdecilla?, Torres ficha por una temporada con el Atlético, ¿puede un mierdecilla como yo dejar de ser un mierdecilla antes de llegar a viejo del todo?, Podemos vuelve a copar el voto rogado y gana en veintinueve provincias, ¿puede un mierdecilla como yo dejar la cerveza antes de llegar a muerto?

Ahí queda eso y aquí me quedo yo medio ahogado entre titulares y calor húmedo.

 

 

Gente

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¿Qué queremos decir cuando decimos gente? Sí, hablo de política o algo así. O no, que a saber de que hablo cuando me pongo a hablar, que es que ni sé de lo que hablo y hay que ver cómo tengo la cabeza, grande y mollar, sobre todo.

Volvamos a la gente. La gente de ahora fue el pueblo español de antes de ayer, la ciudadanía de ayer y todos los españoles de la carcundia de hoy, que los patriotas de latón y papel moneda siempre hablan de los españoles, de todos los españoles o de los españoles decentes, comiéndose, como acostumbran, el todo por la parte y no dejando ni los huesos.

La nueva política habla de gente, y a eso es a lo que vamos, y uno se imagina gente pulcra, personas sonrientes y limpias, ni muy jóvenes ni muy viejas, muy puestas en nuevas tecnologías y toda la pesca (electrónica, por supuesto, digo de esta pesca), con exquisitas excursiones molómanas a Spotify  y la frecuencia de Radio 3 sintonizada todo el día (y toda la noche) en el Iphone y con la sonrisa y el buen rollo puestos nada más levantarse de la cama. La nueva política habla de trabajadores y trabajadoras, de gente sencilla, de precariado y de autónomos y no puedo evitar el imaginarme gente pulcra, personas sonrientes y limpias, ni muy jóvenes… y todo lo mismo que antes hasta llegar a Iphone. Culpa mía, seguro, culpa de mi imaginación limitada y de mis prejuicios de resentido social.

La nueva política habla de la gente y no puedo eludir la sospecha traidora de que la nueva política no tiene puñetera idea de quién y de qué es la gente. No diré que a la gente, pero sí que a mucha gente le huelen los pies o tiene alitosis o las dos cosas, que mucha o poca gente o vete a saber cuánta mastica con la boca abierta o gusta de arrearse una copa de aguardiente antes de subirse al andamio o escucha a Camela o a Pimpinela a toda pastilla o llora con las tribulaciones de Belén Esteban o sueña con entrar a Gran Hermano o solo escucha a Satie o solo compra libros de autores marxistas de los 70 o se pone ciega a hamburguesas o languidece ante la tele horas y horas o se desgasta el culo y los codos estudiando o se mata a pajas viendo porno en Internet o trabaja doce horas en una fábrica para llegar a una casa pequeña y sumergirse en el descanso burro y bruto de quien no tiene futuro porque no tiene tiempo para el presente o se emborracha los fines de semana hasta doctorarse en carreras a cuatro patas o folla como si no hubiera mañana o camina con una tristeza vieja y profunda que vacía la mirada o salta y ríe sin motivo porque le sale del cuerpo o afila un cuchillo de cocina mirando sus venas o escucha los rugidos de su estómago vacío y de su ira antigua o de su derrota inevitable o se bebe una cerveza con la avidez de un náufrago en el desierto a dieta de polvorones o deja pasar los días esperando el último día o… sí, también escucha Radio 3 o peina canas, una a una, para retrasar el momento de lucir el mismo cráneo que sus amigos muertos (y amigas muertas). O vota a ladrones (y ladronas) y a liberticidas o se queda en su cosa y no vota a la nueva política o se echa unas risas a costa de la nueva y la vieja política mientras  canta unos goles con la pasión de un adolescente salido o hace lo que quiere o hace lo que no quiere o hace lo que no tiene más remedio que hacer o hace lo que no debe o hace lo que tiene que hacer.

Es la gente, es lo que hay, es lo que somos.

Eso sí, poca gente luce tan bien como un hipster con la barba bien cuidada y unos tatús molones en los bíceps, las cosas como son.

Vale, lo confieso, me matan los años que ya no cumpliré y la envidia cochina que nunca me abandona.

 

Dolor

Dolor

 

Dicen que el mejor remedio para un dolor de cabeza, en el caso de ser un santo varón como yo, es una buena patada en los huevos. No discutiré la eficacia del remedio, pero sí afirmo que no hay dolor de cabeza que aminore los efectos de un puntapié en el escroto.

La patada en los huevos la recibí, contundente, brutal, el pasado domingo por la noche, cuando comprobé que la mala gente había ganado las elecciones y que los perdedores (y perdedoras) seguíamos como estábamos, de derrota en derrota hasta la victoria final de los malos (y las malas).

El dolor de cabeza fue al día siguiente por la tarde: Italia le pasa por encima a la selección española de fútbol y unos cuantos millonarios de vuelta a casa. Estos, a diferencia de los míos (y las mías) van de victoria en victoria hasta la derrota final. El mismo resultado para diferentes itinerarios, aunque los derrotados de pantalón corto siguen ingresando millones en sus cuentas corrientes y quedarse sin trofeo pero con pan (tostado y con caviar por encima) duele menos, sospecho.

Mi escaso ardor patriótico y mi discutible pasión futbolera no hubieran frenado en mi ánimo, en otro tiempo, un cierto desasosiego, un difuso malestar cual ligero dolor de cabeza, un mecachis vaporoso, un asomo de lamento ante la derrota de los Del Bosque, que dicen los cronistas (y las cronistas) deportivos (y deportivas). Pues oye, como si nada. Por mí, los italianos podrían haberles metido once (goles) y me hubiera quedado tan tranquilo.

Y tranquilo estoy y caminando con las piernas abiertas y los huevos escocidos por la patada en la entrepierna que me dieron el domingo. Definitivamente, un dolor de cabeza no alivia los efectos de una coz en los cojones.

A ver cuándo se pasa, que esto es un sinvivir.

 

 

DEPRESIÓN

Depresión

Deprimido ando con los resultados electorales de ayer domingo. ¿Quén me lo iba a decir? Debería deprimirme, y tal vez lo estoy, por los cinco años de desempleo, que no de paro, que llevo en la espalda como una pesada mochila cada vez más llena de mierda. Debería deprimirme por los cigarrillos que no me fumé y no me fumaré. Debería deprimirme por el asomo de tristeza que, a veces, entreveo en alguna mirada de mis hijos. Debería deprimirme por esa autocompasión estúpida que, en ocasiones, me ahoga y me hace boquear como un besugo fuera del agua. Debería deprimirme por mi incapacidad para hacer felices, aunque sea por un rato, a quienes quiero. Debería deprimirme por el tiempo que pasa y me viste de arrugas, de canas y de piel muerta.

Pero no, estoy deprimido por los muchos votos de más a ladrones y liberticidas que nos seguirán gobernando con toneladas de mala leche, peor voluntad y bordería sin límites entre nubes de caspa y de incienso rancio.

Es que es para deprimirse, coño, no me digáis que no.

En cualquier caso, si hubieran ganado quien creo que son los míos (y las mías), habría continuado con mi vida de mierda hasta el final de los finales.

No hay nada tan deprimente como algunas certezas.